La presente historia, real como la vida misma, ocurrió en el madrileño parque de
La Fuente del Berro. Bajo el porche del vetusto palacete un pavo real se enamoró
de una paloma común. No puede haber mayor contraste: el pavo real, casi un
animal mitológico, poético, con sus colores imposibles, sus movimientos
elegantes... y la paloma, urbana, con su plumaje neutro y sus andares de gallina
boba.
Sus congéneres preguntaban al pavo "¿Pero, qué
ves en ella?" y él, para justificar su amor se arrancaba plumas de la cola,
adornaba con ellas a su amada y respondía:
- Es distinta a las
demás palomas, mucho más hermosa que ellas.
En su afán por hermosear a la paloma, el pavo
acabó perdiendo todas sus características plumas y sufriendo de terribles
dolores ya supondréis donde... pero no le importaba, lo hacía por amor y sabía
que este merece cualquier sacrificio.
Por su parte, la paloma se sentía incómoda,
adornada con plumas que no le correspondían, abrumada por aquel exceso. Así que
se decidió a hablar con su amado seriamente:
- No sé si me amas por lo que soy o por lo que
de tí has puesto en mí. Yo no soy esta, no tengo estas hermosas plumas y nunca
las tendré. Si esto es lo que quieres - dijo quitándose los postizos -
quédatelo, pero no me cargues a mi con ello.
El pavo entonces se dio cuenta de que aquella
paloma, pequeña y fea, urbana, con su plumaje neutro y sus andares de gallina
boba era lo que el amaba, tal como era, sin necesidad de más
adornos.Y así, cuando los demás pavos le preguntaban "¿Pero, qué
ves en ella?", él respondía:
- La veo a ella y así, la amo.
Podría haber sucedido de otra forma, quizá el
pavo, recuperadas sus plumas se dio cuenta de que realmente no amaba a la paloma
y acabó buscándose una guapa pava real... pero mis historias las escribo desde
mi isla (ya sabéis, Nunca Jamás), donde el amor y la justicia siempre triunfan.
Para finales tristes ya está la vida...